Estamos en Puebla de Valles, en la provincia de Guadalajara. Los tonos rojizos de la arcilla, los grises de pizarras y los montes, los verdes de jaras y pinares, los ocres de las tierras de labor, el azul de su cielo limpio, los amarillos de rastrojos, chopos y olmedas que jalonan los arroyos… Toda una explosión de colores que varían según la estación y que siempre nos sorprenden. Sabemos que no son puros, que se confunden y parecen manchas que se desdibujan en el horizonte. Pero ahí radica la belleza de estos paisajes, como si de cuadros impresionistas se tratara. Nada mejor que este paseo para comprobarlo.
Salimos de Puebla de Valles por la carretera de Tamajón y subimos la cuesta hasta la segunda curva, encajada entre paredes arcillosas estratificadas que nos cuentan su historia. A la derecha, estratos de arcilla pura y en su opuesta mezclados con cantos rodados y trozos de pizarra. En diez minutos estamos en el depósito de agua, que viene desde el Jarama.
Mientras la carretera gira a la izquierda y sigue al arroyo Valdelacasa, aparece un camino que toma la dirección contraria, hacia el oeste. Nos dirigimos hacia a la cresta de la loma que, atenta, vigila al pueblo. Giramos a la derecha y subimos despacio hasta la curva, donde haremos una parada para admirar el paisaje desde el borde.
Nuestro paseo es en subida –con cien metros de desnivel–, así que no perderemos de vista los paisajes que desde aquí observamos, aunque cambie la perspectiva. Es un pequeño anticipo de lo que nos espera:
Al norte: por encima del pueblo las estribaciones de la Sierra de la Concha, carretera de Valdesotos que gatea hasta el llano; las huellas de los dinosaurios –según la leyenda– y unas eras. El pinar y el Mirador de la Reina hacia la derecha. La imagen de Puebla desde aquí es digna de una postal.
Izquierda: el arroyo del Lugar que va al encuentro del Jarama, los huertos, el inicio de la vega y el cerro de Lomo Gordo, en forma de media luna. Las Pequeñas Médulas y sus espectaculares crestas nos contemplan, mientras nuestra senda gatea inmisericorde entre jaras. A la espalda nos queda el arroyo de Valdelacasa, y tres caminos que, en algún momento, nos llevarán a Porcivera, la Capitana y al arroyo Muradiel. Algunas besanas de olivos, nogales y frutales, cortadas a escuadra y cartabón, así como un pequeño pinar privado en el cerro Mirabueno.
Derecha: la carretera sigue fiel al arroyo Valdelacasa, separada por una loma del arroyo del Lugar, que busca al barranco del Mego en el pinar.
Ahora la pista sube bordeada por jarales y las Pequeñas Médulas que desde arriba ofrecen una vista espectacular (cuidado al acercarse al borde). La erosión aquí es brutal y transforma estos pináculos cada día.
Las represas de los barrancos que bajan al arroyo intentan contenerla, pero es inútil. En sólo siete años la arcilla desprendida las supera, a pesar de los dos metros de alzada y los frutales plantados para fijar el suelo. Seguimos subiendo sin perder la visión del paisaje. A la izquierda las jaras se están comiendo –literalmente– los olivos, asilvestrados por falta de cuidado. En la senda excrementos de conejo, jabalí, corzos y zorros, así como huellas visibles de la limpieza “por fin de temporada” de los hormigueros.
La senda llanea junto a un pequeño bosque en el que conviven pinos (piñoneros) y olivos. Mantenemos una excelente vista del paisaje y aparecen elementos nuevos: Valdepeñas de la Sierra, la iglesia de Casa Uceda y el cerro de San Pedro, próximo a Colmenar Viejo.
Subimos suavemente y nuestro campo mejora la perspectiva. En días claros, de oeste a norte, se dibujan en el horizonte el Pico de la Miel en la Cabrera, Somosierra, la sierra de la Concha (forma la parte de la sierra de Ayllón), Valdesotos y el sifón, la ruta verde, el pico Ocejón… En días muy claros se vislumbran algunos edificios de Madrid: las torres de la Castellana, Puerta Europa y Torre Picasso.
La vereda bordea un campo donde conviven olivos y almendros, al que acuden los corzos. La mejor posición para admirar las puestas de sol, que en estas tierras son espectaculares, está justo en el rellano anterior. Antiguamente el camino bajaba a la vega en las proximidades de lo que fue la ermita de Santa Ana (frente a las porterías de fútbol), pero hoy está perdido. El paseo ha terminado, sólo queda volver por el mismo sitio.
NOTA: Excepcional la puesta de sol y el anochecer. El cielo va cambiando de color por zonas, en un contraste salvaje, mientras las formas se van desdibujando en el horizonte. Puebla de Valles se enciende como una ascua y aparecen dispersas las luces de Valdepeñas, Valdesotos, Casa Uceda. Los coches que suben por la ruta verde alumbran una visión única de esa parte del paisaje que sorprende por lo agreste. Más tarde aparecen las estrellas, primero el lucero de la tarde (Venus) por el oeste y a media altura. Luego el Carro Grande y la Osa Menor. Si la noche está estrellada y con luna, merece la pena observar el cielo buscando la estación espacial internacional, que da la vuelta a la tierra cada hora. Se aprecia la boina lumínica de Madrid; hasta aquí llega la contaminación y eso que estamos a 90 kilómetros.
Para calcular la hora de inicio del paseo, estirar el brazo en dirección al sol; el grosor del dedo pulgar debe caber entre el sol y el horizonte. A la vuelta, debemos llegar al mirador del depósito con alguna luz, si bien en noches de
luna, el camino se ve bien.
Si queremos alojarnos en Puebla del Valles podemos hacerlo en la casa rural La Vereda de Puebla.
Ruta: Las Pequeñas Médulas
Provincia: Guadalajara
Dificultad: Media
Trayecto: Ida y vuelta